Carmen y Tomás, Madrid

 

Mi nombre es Carmen, tengo 31 años y llevo casada con Tomás los últimos cuatro. Tenemos un hijo maravilloso llamado Santiago y vivimos en Getafe. 

He tenido problemas de reglas desde siempre. Más que “problemas de reglas” es que no tenía la regla. Toda mi vida me he sentido un bicho raro. Todas las chicas tenían la regla a mi alrededor. Eso era algo que me faltaba. Nunca quise verlo como un problema o una enfermedad, pero yo en el fondo sabía que algo me fallaba. 

Mi primera regla me bajó con 15 años y no me volvió a bajar. Cuando cumplí los 18 años fui al ginecólogo a una revisión. Le expliqué mi situación y él me recetó la píldora. Yo estaba satisfecha porque como un ginecólogo, que sabe más que yo, me había recetado una medicación para que tuviera mis ciclos, yo estaba feliz. Me lo había mandado un médico y yo todos los meses tenía la regla. 

Cuando Tomás y yo nos casamos, consideramos que había llegado el momento de dejar de tomar la píldora para estar abiertos a la vida. Desde ese momento no me volvió a bajar. 

Pasado algún tiempo, viendo que la situación no mejoraba, fuimos a ver a nuestro médico de cabecera, que nos abrió las puertas de lo que sería un larguísimo proceso de pruebas y especialistas en el que, mientras nosotros esperábamos nos dieran solución a mi problema con las reglas, en realidad nos estaban haciendo a ambos un estudio de fertilidad, orientado a determinar nuestro nivel de aptitud para la inseminación artificial y la fecundación in vitro. 

En la última de todas esas consultas, un ginecólogo nos confirmó el diagnóstico que yo ya tenía. Síndrome de ovario poliquístico. Además nos dijo que era imposible, por mi grado de gravedad, que yo me quedara embarazada de manera natural. Pero que “afortunadamente”, éramos los perfectos candidatos para realizar una FIV o una inseminación artificial. Rápidamente mi marido cortó al médico y le dijo que nosotros no estábamos interesados en ello. Los hijos han de ser fruto del amor de Dios, no de la necesidad de los hombres por realizarnos. 

Ambos salimos de aquella consulta destrozados por dentro. Para mí, era como si me hubiesen dicho que era un juguete roto, que ya no podía cumplir su finalidad. Que no tenía arreglo. Nunca iba a ser normal. 

Dimos con la Naprotecnología de una manera abrupta. Dejarlo todo y salir corriendo en medio de la noche. Un Médico, que había ayudado a mi suegra a dar a luz a su último hijo después de un embarazo imposible, nos habló por primera vez de esta palabra tan rara, de Helena Marcos, del COF de la diócesis de Getafe… todo conceptos nuevos y aparentemente diferentes que nos inquietaban a la vez que nos daban un mínimo de esperanza de nuevo. Mi marido siempre cuenta que se imaginaba el COF como un hospicio de monjas de aquellos de las guerras carlistas, pero nada que ver con eso. 

Pedimos cita con Helena, que tras una sesión y revisar el carpetón de pruebas que nos habían hecho en la seguridad social, dijo: “Creo que ya se lo que os pasa. Necesito que te hagas una única prueba más y me la traigas. Después emitiré mi diagnóstico”.

Esta prueba era la curva del azúcar que se les hace a las embarazadas, y tuvimos que costear de nuestro bolsillo ante la negativa de nuestra médico de cabecera. 

Una vez volvimos a ver a Helena con la prueba realizada nos dijo: “Lo que yo pensaba. Tienes resistencia a la insulina.” La cura fue bastante sencilla. Algo de dieta, Metformina y comenzar a formarnos en el modelo Creighton para reconocer mi ciclo. 

Desde que aquél día comencé a tomar la medicación y hacer la dieta (como buenamente podía) pasaron escasos dos meses hasta que me bajo una regla completamente natural. Después no dio lugar a más meses con regla. Me quedé embarazada. 

Yo solo puedo estar agradecida a la Naprotecnología, ya que gracias a ella conseguí tener la regla y quedarme embarazada naturalmente. 

Estoy muy agradecida a la Iglesia, que se ha portado como madre conmigo, ofreciéndome la alternativa de la Napro gracias al Instituto Pablo VI, el COF de la diócesis de Getafe, y la Asociación Naprotec.